Querer más de ti siempre estuvo prohibido hasta que
sentiste mi tacto sobre tu cuerpo y se aceleraron tus latidos. Escalofríos que escalaban
tu piel al paso de mis dedos por tu espalda durante aquella soleada mañana. Acercarme a tu sonrisa para oler tu aroma y encontrarme con tu boca, dulce, tierna y picarona, darte un beso y alimentar nuestras codiciadas caricias. Aún
no lo entiendo, pero allí estabas con tu cuerpo sobre mi cama, aprehendiéndome
con ternura en tus brazos de porcelana. Dulzura y piropos aparecieron sin
pronunciar palabra cuando advertí mi reflejo en tu tentadora mirada. No hace
falta que digas nada, tus ojos me hipnotizaron y ahora seré todo lo que quieras
que sea.