No siempre se ganan las batallas en las que el objetivo a conquistar es un corazón. Y con esto no me refiero al resultado final, hacia dónde queda la
balanza, si pudo salir bien o mal, sino al esfuerzo que pusimos con cada
palabra, con cada lágrima derramada, para intentar asediar algo que desde el
principio habíamos perdido. Crédulos por no prestarle atención a lo
verdaderamente importante.
Yo mismo me encierro en esa lista de personas que quisieron hacer de su
vida un cuento con final feliz, donde las perdices nunca fueron comidas, donde
los príncipes y princesas siempre fueron dibujos de revista, donde la realidad
se chocó de bruces con mi vida.
Porque no hay finales felices sino principios vacíos.
Porque no hay finales felices sino principios vacíos.
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